Dicen que los niños le tienen miedo a la oscuridad, porque su imaginación hace que creen monstruos que se ocultan en donde la luz no puede llegar; sótanos, armarios, bajo la cama…
Realmente, es solo porque los padres les enseñan que lo bueno y lo malo, se diferencia de esa manera; en la luz, siempre encontrarás ángeles salvadores, mientras que en la oscuridad, solo habrá demonios que te lastimen.
A mí también me dijo eso mi mamá, cuando apenas empezaba a tener uso de razón.
“Uy, el coco…” me dijo cuando tenía cuatro años y estaba jugando a esconderme en el closet; no sé si lo dijo con intención de asustarme, pero desde ese momento, supe que en ese lugar había algo, más no supe, hasta mucho después, lo que eso llegaría a significar en mi vida.
Desde esa ocasión, ya no pude dormir con la luz apagada, escuchaba ruidos dentro del guardarropa, incluso, algunas noches, miré como la puerta se abría con lentitud. Gritaba llamando a mis padres, y mi madre iba a verme, a consolarme; siempre decía que estaba soñando, pero yo sabía que no era así. Una vez, escuché mi nombre y, me acerqué con miedo, me asomé por una pequeña abertura y dentro, observé un par de ojos rojos que me miraban fijamente; salí corriendo de mi habitación y no quise volver durante dos días, hasta que mi mamá fue e hizo un reacomodo, para que observara mi armario completamente limpio y constatara que no había nada. Mi calma duró por unos días, pero después, volví a escuchar eso, aunque como nadie me creía, decidí no decir más, pero yo sabía que ahí había algo, así que no me acercaba mucho, menos, si no había luz.
Pero realmente, poco a poco dejé de pensar en eso, porque tenía otros problemas aparte del monstruo de mi armario.
Cuando tenía seis, casi siete, me daba cuenta que el matrimonio de mis padres estaba mal, a pesar de que no lo entendía. Los pleitos eran a toda hora y en todas partes, incluso, cuando salíamos a algún lugar de paseo; mi madre lloraba mucho y mi padre rompía cosas, incluso, llegó a golpearla.
Un día, mi madre estaba temblando de miedo después de recibir una llamada.
-Escóndete en el armario y no salgas – me dijo con voz temblorosa.
-¡No! – la abracé – me da miedo, el monstruo… el monstruo me comerá…
-Dani… – sus manos me sujetaron del rostro y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejilla – los monstruos no están en el armario, sino fuera de él… en este momento, un monstruo viene a la casa – su voz tembló – por favor, ve a esconderte… el armario es el único lugar donde estarás a salvo ahora, por favor…
Me sorprendí por sus palabras pero le hice caso. Fui corriendo a mi habitación y abrí la puerta de mi guardarropa; el interior estaba oscuro, empecé a respirar con dificultad, pero recordé lo que mi mamá me acababa de decir “los monstruos no están en el armario, sino fuera de él…”
-Los monstruos no están dentro – repetí y me metí, sentándome sobre unas pequeñas cajas y abrazándome a mí mismo.
-No hay monstruos aquí… – susurré – no hay monstruos… – repetí.
“No… no hay…”
La voz suave se escuchó cerca de mi oreja y yo apreté mis parpados.
“Tranquilo…” sentí la mano en mi hombro y quise gritar, pero ni un solo sonido salió de mi boca “…recuerda que tu madre te dijo que no soy un monstruo…” prosiguió con lentitud “… los monstruos verdaderos, están fuera…”
-¿Qué…? – mis lágrimas empezaron a salir, tenía miedo, mucho miedo – ¿qué eres?
“Por ahora, solo soy… una sombra…”
No comprendí lo que quiso decir, pero tampoco pude poner a pensar, los gritos de mi mamá se escucharon en la casa, a la par que la voz de mi padre. Discutían, gritaban cosas que no entendía, escuché como se rompían cosas y finalmente un sonido contundente que me hizo estremecer.
“Viene por ti…” dijo la voz.
-¿Quién…? – apenas pude preguntar.
“Un verdadero demonio, cegado por el deseo de venganza…”
Negué con pánico – no… ayúdame… – pedí.
“¿Quieres realmente que te ayude?”
Asentí sin abrir mis ojos.
“Si es así, entonces, serás completamente mío… ¿aceptas?”
Levanté mi rostro, pero no pude decir nada; la puerta del armario se abrió y mi padre apareció frente a mí, sujetándome con fuerza del cabello y sacándome de un tirón, lanzándome contra la cama.
-¡Bastardo! – dijo con ira.
Yo me quedé helado al verlo, tenía las manos llenas de sangre y algunas manchas más en su ropa, mientras que en su mano traía un arma.
-Papi… – dije en un murmullo.
-Yo no soy tu padre – se acercó y me golpeó el rostro – ¡la puta de tu madre me engañó! – dijo con desprecio – pero te iras con ella al infierno.
Sentí su mano en mi cuello, levantándome y colocando la punta del arma en mi frente.
-Ayú… da… me… – pedí a media voz pues no podía hablar.
“¿Aceptas ser mío, para siempre?” escuché con claridad.
-Sí – respondí con debilidad.
“Si es así, solo di, abracadabra…”
-Abra… cada… bra… – terminé en un murmullo, débil, pues me faltaba el aire.
Antes de que mi padre jalara el gatillo, algo lo movió, evitando la acción. Él me soltó y buscó a quien lo había detenido, pero la oscuridad del guardarropa empezó a moverse, como si se tratara de un líquido pegajoso, que se levantaba, tomando forma de un hombre de piel en tonos azul oscuro casi purpura; vestía de negro, con el cabello corto en tono blanco y unos mechones rojos cerca de su frente, sus orejas eran ligeramente largas y puntiagudas, sus ojos negros con pupilas rojas y su altura era mucho más grande que la de mi padre, quien miraba con terror lo que ocurría.
-Ya lo oíste… – dijo ese ser cuando tomó forma completamente – me pidió ayuda – sonrió de lado y mostró un par de colmillos con esa mueca – ahora es mío y tú, no puedes tocarlo…
El grito de mi padre retumbó en mi habitación y empezó a dispararle, acabándose todas las balas con él, pero sin conseguir lastimarlo un poco.
De la nada, unas sombras incorpóreas jalaron a mi papá con fuerza de los pies, tumbándolo y llevándolo a rastras fuera.
-Me encargaré… – dijo con seriedad – no salgas de aquí, yo vendré cuando todo termine – anunció.
Yo me quedé en mi cama, sin moverme, no por lo que él me había dicho, sino porque seguía asustado, sin comprender lo que había ocurrido; instantes después, los gritos desgarradores de mi padre, hicieron que me tapara los oídos con mis manos, empecé a llorar con fuerza y me hice un ovillo en el colchón.
No sé cuánto tiempo pasó, hasta que el silencio reinó. Yo seguía llorando cuando la puerta se abrió y ese hombre entró, caminando lentamente hasta mí y se sentó en la orilla del colchón.
-Ya pasó… – dijo con lentitud y su mano acarició mi cabello.
Entonces me di cuenta de que en su mano libre, traía una especie de guante, con unas cuchillas largas y filosas.
-¿Qué…? – pasé saliva y sollocé – ¿qué me harás?
-Nada… – sonrió y con un movimiento, esas navajas desaparecieron, al igual que todo lo que cubría sus manos, dejando su piel suave al descubierto – me quedaré a tu lado cuidándote, hasta que llegue el momento de llevarte conmigo…
-¿A dónde?
-A nuestro hogar… ahora, descansa…
Empezó a disolverse, mientras que a mí me empezaba a dar sueño y quedaba completamente dormido en la cama.
Lo que sucedió después de ahí, fue confuso para mí.
La policía llegó a mi hogar, me encontraron en mi cama, pero no pudieron saber qué había ocurrido con exactitud. Cuando salí de la habitación, en brazos de un policía, a pesar de que intentaron que no viera, pude ver el cuerpo de mi madre, siendo fotografiado en un sillón, donde había quedado, después de que mi padre le disparara en el corazón; mientras que el cuerpo de mi padre era difícil de saber dónde estaba exactamente, ya que algunas partes estaban sobre la mesa, en los sillones de la sala y su cabeza colgaba desde el soporte de la televisión, aunque su torso había sido destrozado en medio de la sala y todas sus vísceras regaban el lugar. Vomité sobre el policía que me llevaba y después, no supe más de mí.
Las investigaciones duraron un tiempo y mientras tanto, estuve internado en un hospital; me hicieron pruebas y estudios, pero todos sabían que yo no había podido ser el autor de ese crimen, especialmente porque no tenía rastros de sangre en mi cuerpo. Fue durante esos días que empecé a darme cuenta, quien era ese ser pues noche a noche hablaba conmigo.
-No te preocupes – dijo con suavidad, acariciando mi cabello, mientras yo estaba acostado en la cama que me correspondía – yo voy a estar siempre al pendiente de ti, aunque no me veas…
-¿Cómo…? – pregunté en un murmullo, esa caricia en mi cabeza, me relajaba, me hacía sentir extremadamente bien y tranquilo.
-Te daré algo para que me invoques, cuando me necesites – sonrió y, con un movimiento de su mano, apareció un pequeño dije circular, en una cadena – con esto…
-¿De verdad? – pregunté incrédulo y lo recibí con ilusión.
-Sí… es un truco de magia… solo debes sostenerlo en tus manos y decir las palabras de un mago… ‘abracadabra’…
Reí débilmente – ¿por qué… esas? – suspiré llevándolo contra mi pecho, mientras sentía mis parpados pesados.
-Porque es gracias a mí que existen… porque yo soy Abrax…
-Abrax… – dije en un murmullo y sonreí – Abrax… – repetí antes de perder el conocimiento.
Un par de semanas después cumplí siete años y fui enviado a una casa hogar; solo llevaba algunas pertenencias y todo lo que me correspondía como herencia, quedó a manos del gobierno quienes se suponía, me lo devolverían al cumplir la mayoría de edad, pues no tenía familia.
Apenas estuve en el orfanato, los problemas para mi empezaron a ser latentes. No podía entablar amistad con los demás, pues parecían huir; de alguna manera, sabían que yo era el niño que había sido testigo de un asesinato, por eso los de mi edad, hablaban a mi espalda y se alejaban de mí. Pero no era igual con los chicos más grandes, quienes, desde el primer día que estuve ahí sin que los encargados del lugar pudieran ver, se acercaron a mí con claras intenciones de lastimarme.
-Ey, bonito – dijo uno de ellos, quien iba con otros tres chicos tras él.
Me encogí en mi lugar, tenía miedo, especialmente de su mirada, con ese destello que mostraba el deseo de querer hacerme daño y me recordaba a mi padre.
-Vamos a jugar – dijo el chico ese sentándose a mi lado – nos gusta llevarnos bien con los niños pequeños, ¿verdad? – preguntó para sus compañeros, quienes se rieron – acompáñanos al baño, ahora que los encargados están ocupados…
-No – murmuré y llevé mi mano a mi pecho, el lugar donde portaba el collar.
-No te estoy preguntando – dijo entre dientes y con rapidez, me tapó la boca.
Entre todos, me llevaron hacia los baños del área dónde hacíamos deporte, los más alejados de todo y me metieron al último cubículo.
-Me gustan los pequeños – sonrió el más grande de todos y yo empecé a temblar, pegándome a la esquina – y más, cuando son vírgenes.
Me aferré con fuerza a mi pequeño colgante – abracadabra… – dije en un sollozo.
-¿’Abracadabra’? – preguntó y empezó a reír.
-Parece que quiere hacer un truco de magia – dijo otro.
-Que divertido… – la voz del tercero se escuchó antes de su carcajada.
-Nosotros te enseñaremos un verdadero truco de magia – aseguró el cuarto.
-No lo creo – la voz grave retumbó y consiguió que ellos dejaran de ponerme atención.
Al girarse, se quedaron sin habla, yo abrí un ojo para verlos y noté como los cuatro se orinaban en los pantalones, mientras observaban con miedo a Abrax, quien había aparecido detrás, con su enorme y corpulenta forma oscura, que resaltaba, gracias a su cabello blanco.
-Dani… – su voz gruesa consiguió que respirara aliviado – sal de aquí, tengo un truco de magia que mostrarle a tus ‘amigos’ – dijo con media sonrisa.
Me moví con rapidez, saliendo del lugar, y alejándome con paso rápido, no supe cómo o por qué, pero ellos no me detuvieron.
El resto del día estuvo tranquilo, hasta que, en la hora de la cena, los encargados notaron la ausencia de cuatro chicos. A la mañana siguiente, la parte deportiva estaba cerrada, había policías y muchas personas; a mí me llamaron a la oficina del director a media mañana. Al llegar, no solo estaba el director de la casa hogar, sino varias personas más, entre ellos, algunos agentes de policía.
-Daniel – dijo un policía que ya había visto, pues había estado en lo del caso de mis padres – tienes solo una semana aquí, dime, conocías a los chicos que no se presentaron a cenar anoche.
-No – negué – los vi ayer, pero solo un poquito – aseguré y realmente no mentía.
-¿Estás seguro? – presionó el director – otro jovencito nos dijo que te vio ir con ellos a los baños más alejados.
Temblé y bajé el rostro – me llevaron ahí – dije a media voz – pero yo me fui rápido, porque no quería estar con ellos.
-No mientas – dijo el ayudante del director.
-No miento – negué – de verdad, me fui rápido…
El policía suspiró se acuclilló frente a mí y buscó mi mirada – no te vamos a hacer nada – dijo con seriedad – solo quiero saber si tu hiciste algo en los baños.
-¿Yo? – pregunté con sorpresa – ¿por qué?
-Porque esos chicos están muertos…
Las palabras del director me hicieron abrir los ojos con sorpresa, busqué la mirada del policía y él asintió.
-Yo no hice nada… – negué con miedo a punto de echarme a llorar, si ellos pensaban que yo había hecho algo, me llevarían a prisión.
Otro agente se acercó y puso frente a mí un par de hojas donde se miraban impresas unas fotos; los cuerpos desmembrados de esos chicos que me habían llevado, estaban esparcidos en casi todo el baño y las paredes parecían haber sido pintadas de rojo con su sangre. No pude evitarlo y vomité, antes de perder el sentido.
Nadie supo qué había pasado con exactitud, pero los agentes de la policía, aseguraron que no había pruebas que me inculparan de la muerte de esos chicos. Pero eso no evitó que el rumor de que yo estuve en ese lugar, se esparciera con rapidez; nadie quiso acercarse a mí nuevamente, todos me huían e incluso, en las clases, nadie quería ser mi compañero.
A pesar de todo, eso realmente no me molestaba, aunque yo parecía estar solo, no era así realmente. Todas las noches e incluso, durante el día, invocaba a Abrax para platicar con él; él me hacía compañía y me protegía de todo, incluso de enfermedades, pues él decía que no me quería ver enfermo y no me contagiaba, ni siquiera de un simple resfriado, e incluso cuando hubo una epidemia de ‘paperas’ fui el único que no enfermó en todo el orfanato.
Por eso no me importaba si estaba solo, no me importaba si no tenía amigos o familia, yo era feliz con Abrax y nada más, aunque él había sido el monstruo de mi armario alguna vez, mi mamá tenía razón, los verdaderos monstruos están fuera y el lugar más seguro para mí, estaba en esa oscuridad que Abrax habitaba…
Pasaron casi cinco años y Daniel seguía en el orfanato.
Los encargados del lugar se preocupaban por él, pues era un chico retraído y serio. No tenía amistades, no hablaba con nadie más que para lo estrictamente necesario y, parecía que no le interesaba ser adoptado, pues cuando eran los días de conocer a personas, él prefería alejarse de todo y no interactuar con los adultos, a pesar de que era popular por sus ojos, de un color azul tan intenso y profundo, que a primera vista parecían purpuras, lo que siempre llamaba la atención de las personas cuando miraban las fotos, aunado a eso, era un chico muy lindo de un cabello castaño cobrizo natural, que se miraba más claro en la luz; eso conseguía que fuera una de las primeras opciones de casi todas las parejas, pero siempre terminaban eligiendo a otro y los directivos del lugar, estaban seguros que la razón era el aislamiento del niño.
-Daniel… – la voz seria del director, hizo que el niño levantara el rostro.
Eran casi las cinco y el castaño estaba sentado en su cama, con una libreta en mano y un lápiz en la otra, parecía muy entretenido.
-¿Sí? – preguntó con suavidad y levantó el rostro.
-Necesito que vayas a mi oficina – anunció el hombre.
El ojiazul suspiró, seguramente había alguien que quería adoptarlo, aunque ya casi se acababa el día de visita, por eso iba a negarse, pero tenía que ir.
-Un momento – dijo débilmente – solo guardo mis cosas.
-Apresúrate.
Cuando el hombre se fue, el menor dejó la libreta en su pequeña mesa de al lado, al mismo tiempo que su lápiz y borrador. Acomodó su ropa y se colocó los zapatos.
Salió de la enorme habitación que tenía varias camas y bajó las escaleras con rapidez, hasta la planta baja. Al llegar frente a la oficina, el ayudante del director lo miro con desconfianza; a ese hombre nunca le había agradado el niño.
-Me dijeron que viniera – anunció el castaño.
-Toca – dijo el hombre con frialdad.
Daniel suspiró, tocó un par de veces y, cuando le permitieron pasar.
Cuando el niño entró, el director se puso de pie, a la par que un hombre y una mujer, quienes sonrieron al verlo; él tenía un cabello castaño muy parecido al del niño y ojos en un tono verde, mientras que ella, era de cabello negro y ojos miel que resaltaban gracias al maquillaje que portaba.
-Buenas tardes – saludó el menor con debilidad, pero se quedó cerca de la entrada, después de cerrar la puerta.
-Hola, Daniel – dijo el hombre con algo de emoción.
-Daniel – el director lo miró con seriedad – necesito que conozcas a Felipe Carrera y su esposa, Esther Bernal.
El niño los miró con desconfianza.
-Soy tu papá – anunció el hombre con una gran sonrisa.
El gesto de sorpresa se hizo presente en el rostro de Daniel, su mano se movió instintivamente hasta colocarla contra la puerta, donde chocaba su sombra, para obtener algo de estabilidad.
-Mi… ¿papá? – preguntó a media voz y su respiración se agitó.
-Sí – asintió el director – él es tu verdadero padre.
-No – negó – no es posible… mi papá murió hace años – su labio inferior tembló.
-No, él que murió fue el esposo de tu madre, pero yo soy tu papá de verdad – explicó el hombre.
-No… no puede ser…
Negó y las palabras que su padre le había dicho hacía casi cinco años retumbaron en su mente “¡Bastardo! Yo no soy tu padre ¡la puta de tu madre me engañó!”.
-Daniel… – el hombre se acercó y le puso las manos en los hombros, inclinándose hasta él – escucha, sé que es difícil entender, pero puedo explicarte muchas cosas…
-Si realmente es mi padre, ¿por qué no me buscó antes? – pregunto el niño aún incrédulo, habían pasado años desde que sus padres murieron y ahora venía un sujeto a decirle que él era su papá.
-Felipe estuvo en coma durante unos años – la pelinegra habló con seriedad.
-Y si él es mi padre, significa que la engañó a usted también, ¿no? – dijo con frialdad – ¡¿acaso no le molesta?!
-Yo me casé con él después de lo que sucedió con tu madre – sonrió – así que no está en mi juzgarlo…
-Daniel… – la mirada verde mostraba algo de ansiedad – estuve en la cama de un hospital por mucho tiempo y al despertar, tuve un largo proceso de rehabilitación – dijo con seriedad – además de que no me querían dar tu ubicación, los policías se negaban a creer que yo era tu padre, pero se hicieron unas pruebas de ADN y pude acceder a tu paradero…
-¿Pruebas?
-Sí – asintió el director – ¿recuerdas hace semanas, cuando el doctor te dijo que necesitaba hacerte unos análisis?
Los ojos azules mostraron su desconcierto.
-Fue una orden del juez – sentenció el hombre – por eso, la policía lo solicitó y, al ser él tu padre, tiene derecho de llevarte a su casa.
El castaño estaba desconcertado, sus piernas le temblaban, si se mantenía en pie, era porque su mano seguía sostenida de la puerta, contra su sombra.
-Vengo a llevarte a casa – anunció el hombre.
Después de eso, todo pasó tan rápido que Daniel creía estar en un sueño; la pareja firmó documentos y además, se hizo constar en el archivo que el niño era hijo del ojiverde, todo de una manera rápida, a comparación de un proceso de adopción normal. Las pocas pertenencias que el ojiazul tenía, fueron llevadas al auto de esa pareja y, poco antes de que se ocultara el sol, llegaba a una casa no muy ostentosa en una colonia de clase media. Felipe bajó las maletas y guio al niño a la habitación que le correspondía.
-Espero que te guste – sonrió al abrir la puerta y dejarlo pasar.
La habitación era azul, había una cama individual y un escritorio; las cortinas eran en tono azul también pero tenían adornos de dibujos animados, parecía que todo era para un niño más pequeño, especialmente algunos adornos, como el reloj de pared que tenía forma de payaso.
-En un momento estará la cena – anunció el mayor después de dejar la maleta en el armario – ponte cómodo y, platicamos después – dijo con algo de seriedad – supongo que tendrás muchas preguntas y, estoy dispuesto a responderlas, pero primero, lo primero…
Después de eso, Felipe salió de la recámara y cerró la puerta.
Daniel se sentó en el colchón y observó con detenimiento todo; realmente sería difícil ponerse cómodo.
Su mano se movió hasta su pecho y sujetó el dije con suavidad – Abrax… – dijo con debilidad – ‘abracadabra’…
El guardarropa se abrió solo y, una sombra salió de ahí, serpenteando hasta unirse a la sombra del menor, a sus pies; lentamente se formó otra silueta en el piso, muy distinta a la sombra normal de Daniel y una voz se escuchó de la misma.
-Sé cómo te sientes – dijo fríamente – pero no te preocupes, yo estoy aquí, contigo…
-¿Todo estará bien? – indagó el castaño, esperando que el otro lo reconfortara, mientras estrujaba con insistencia el pequeño colgante que portaba.
-Como siempre… – aseguró la sombra.
Con esa frase, el ojiazul sonrió más tranquilo – gracias…
La silueta disminuyó de tamaño y la sombra de Daniel volvió a la normalidad. Con Abrax unido a él, se sentía más tranquilo, pero sabía que no siempre era así, pues solo podía ser de esa manera durante la noche ya que el otro decía que tenía cosas que hacer; en caso de que el ojiazul lo necesitara en otro momento, solo diciendo la palabra ‘mágica’, podía invocarlo completamente.
Casi una hora después, Felipe fue por Daniel y lo guio al comedor; Esther le sirvió un plato con carne y verduras, después, todos cenaron en silencio.
Antes de acabar los alimentos, Felipe decidió a hablar.
-¿Quieres saber algo? – indagó el mayor.
-¿Cómo qué? – preguntó el niño en un murmullo.
-No lo sé – negó – cualquier cosa que quieras preguntar.
-Usted y mi madre tuvieron una relación, de la cual nací yo, mi padre se enteró, no sé qué le hizo a usted y realmente no me interesa porque no lo conozco, solo sé que ese hombre a quien yo llamaba papá, mató a mi madre, luego me intentó matar a mí, pero algo o alguien lo detuvo y murió de forma extraña, por lo cual pasé casi cinco años en un orfanato – enunció con frialdad – es todo lo que sé y no hay nada más que me interese.
La pareja se miró de soslayo; Esther se puso de pie y recogió los platos, yendo a la cocina para lavarlos.
-Tu madre y yo nos conocimos porque trabajamos juntos cuando ella apenas tenía veintiuno y yo veintitrés – empezó a contar el hombre – ella y tu padre no eran pareja cuando tuvimos una relación – dijo seriamente – es cierto, cometimos un error, pero ella no me dijo que estaba embarazada cuando nos separamos, pues yo tuve que ir al extranjero – confesó – cuando volví, ella ya no trabajaba en la oficina… años después, nos volvimos a encontrar y fue cuando ella me dijo que estaba casada y con un hijo, pero por las fechas, tuve mis dudas de que ese niño era mío y, una ocasión que la seguí cuando fue por ti a la escuela y te vi, estuve seguro de ello…
Daniel apretó las manos sobre sus piernas, pero no levantó la mirada; en el fondo, no quería creer lo que le estaba contando el otro, pero seguramente, era verdad.
-Insistí mucho para que me dejara acercarme a ti – prosiguió – tanto así que, Cristóbal, el hombre que conociste como tu padre, se dio cuenta – suspiró – y de ahí, se desencadenó todo el problema… él me hirió en mi trabajo y pude avisarle a tu madre por teléfono que iba por ella, pero, mi herida se complicó y caí en coma, así que, ya no supe más, hasta que desperté.
-¿Por eso me buscó? – la voz suave del niño se escuchó en un débil murmullo.
-Sí…
-Y… ¿su esposa? – preguntó con debilidad.
-Ella está de acuerdo, después de todo, no podemos concebir hijos porque ella es estéril – declaró – de hecho, cuando supe de ti, ya estaba casado con ella, se lo conté y ella me apoyó para que te buscara.
El silencio reinó por un largo tiempo, hasta que Felipe estiró la mano y acarició los mechones castaños.
-Sé que necesitas tiempo para asimilarlo, pero no te preocupes – sonrió – me ganaré tu cariño y afecto.
-¿Puedo ir a la habitación? – la voz del ojiazul era un susurro, pues tenía un nudo en la garganta.
-Adelante…
El menor se puso de pie y fue directamente a su alcoba, cerró la puerta, puso seguro y sin encender la luz, se lanzó contra el colchón, empezando a llorar. No sabía que le dolía realmente, si saber la verdad y sentir culpa por ser el causante de la muerte de su madre o haber recordado todo en ese momento.
Una caricia en su cabello le hizo abrir los ojos y observar la silueta de Abrax, estaba completamente corpóreo a su lado; se levantó y lo abrazó, hundiendo el rostro en el pecho de ese ser, esperando que lo confortara, como siempre.
-Dime… que todo… estará bien… – suplicó.
El ojirrojo lo abrazó también – cómo siempre… mi hermoso niño… – acarició el cabello con cuidado – como siempre…
Ante esas palabras, Daniel dejó escapar un suspiro de alivio y cerró los ojos, permitiendo que el otro lo acunara en sus brazos para poder dormir – gracias…
Los días pasaron con relativa calma, Daniel tuvo que inscribirse en una nueva escuela e ingresar, aunque se mantenía frío y distante, por lo que seguía sin amigos y, siendo mitad de curso, la situación era mucho peor; algunos lo miraban como alguien extremadamente extraño pero a la vez, les causaba curiosidad. Muchas chicas trataban de acercarse, pero él las rechazaba con poco tacto y, debido a eso, el rumor de que era gay, empezó a correr, no solo por su salón, sino por toda la escuela; por esa situación, fue objetivo de otras personas.
Estando en primer año de secundaria, los chicos de tercero lo miraban como un novato bastante sencillo de manipular.
-Entonces, ¿cuando aceptas ir a ver una película conmigo? – Hernán, un chico popular de tercero, lo interceptó mientras caminaba hacia su casa.
-No estoy interesado – dijo fríamente el ojiazul y rodeó al otro para seguir su camino.
-¡Oh, vamos! Dani, solo es ir a ver una película, comer algo y ya – sonrió el pelinegro – no te estoy pidiendo nada de otro mundo.
El castaño se detuvo, suspiró y levantó el rostro, mirándolo con desagrado – escucha y, escucha bien porque no lo volveré a repetir – su voz sonaba cansada – no me interesan los chicos y no saldré contigo ni con otro, ahora, si me permites…
Intentó alejarse, pero la mano del mayor lo sujetó de la muñeca, sin imprimir mucha fuerza – no me daré por vencido tan fácilmente – aseguró.
Daniel movió la mano y se soltó del agarre – por tu propio bien, mejor olvídalo…
-¿Es una amenaza? – indagó el mayor de manera burlona.
-No, pero realmente, es mejor que te alejes… De verdad… Han pasado muchas cosas malas a mi alrededor durante mi vida, no sería bueno que una más pasara o realmente, el que se metería en problemas, sería yo…
El castaño se alejó con paso rápido y fue a su casa. En el fondo no quería ser tan desagradable, pero necesitaba mantener distancia; no podía confiar en cualquier persona con facilidad, pues no sabía quién podía ser un monstruo realmente.
-¡Bienvenido! – la voz de Esther se escuchó, cuando el niño entró, pero no hubo respuesta.
El ojiazul fue directamente a su habitación, tenía casi dos meses en ese lugar y se sentía un completo extraño; sus nuevos padres no lo trataban mal, al contrario, pero sentía que se mantenían demasiado serios mientras estaban juntos, a su lado, aunque por separado era muy diferente. Muchas veces se preguntó si realmente ese matrimonio era feliz, estando él ahí, pero Abrax le dijo que no lo pensara, que eso era algo que no debía quitarle el sueño.
Muchas veces, deseó volver a la casa hogar, pero era imposible; lo único que lo mantenía tranquilo y feliz, eran sus pláticas con Abrax, aunque solo podía hacerlo en las noches. Muchas veces estuvo tentado a invocarlo, pero, le había dado su palabra que solo lo invocaría en el día, cuando lo necesitara realmente.
Unos golpes en la puerta se escucharon y la voz de su ‘madrastra’ lo sacó de sus pensamientos.
-Ya está servida la comida, Dani.
-Ya voy… – anunció el castaño.
Después de comer, se puso a hacer su tarea y no cenó con sus padres, pues alegó que tenía muchas cosas que hacer, para que lo dejaran comer en su habitación. Al terminar, salió a llevar los platos, pero se detuvo al escuchar una plática.
-¿Aún no lo consigues? – la voz de Esther sonaba molesta.
-No – Felipe parecía frustrado – necesito más tiempo.
-¿Qué tanto?
-Un mes, más o menos…
-Es mucho… – ella suspiró.
-Lo sé – dijo él – todo sería más fácil si pudiese hacerlo como antes, pero sigo sin poder – golpeó la mesa con fuerza – me desespera que todo sea así, cada vez me es más difícil hacer algo – gruñó – pero en cuanto terminé, todo volverá a ser como antes…
-Eso espero – la voz de la mujer sonó con desprecio – realmente esto me saca de mis casillas y no creo poder seguir comportándome…
Daniel no entendía lo que decían, pero prefirió regresar a su habitación, abrir y cerrar la puerta con fuerza para que ellos escucharan y parecer que acababa de salir.
-Terminé… – anunció con fingida inocencia.
-Deja las cosas en el fregadero – pidió Esther y sonrió, aunque Daniel notó que era un gesto forzado – en un momento limpiaré.
El ojiazul hizo lo que le pidieron y regresó a su habitación. Esperó con paciencia y cuando la pareja se despidió de él porque irían a dormir, guardó sus cosas, apagó las luces y se recostó.
-Abrax… – susurró, jugueteando con el colgante en su mano, titubeando si decir la palabra ‘mágica, pero no fue necesario.
-Aquí estoy… – la voz se escuchó del otro lado de la cama.
Daniel sintió el peso del otro en el colchón y se movió para abrazarlo, restregando el rostro contra el brazo.
-¿Qué sucede? – preguntó el menor.
-¿Con qué?
-¿Con Felipe y Esther? – especificó el ojiazul – ¿qué sucede entre ellos?, sé que son raros, pero ahora ya no entiendo, ¿de qué hablaban hoy? ¿Qué esperan conseguir?
La mano de Abrax acarició el caballo del niño y se giró, para abrazarlo – tu no debes preocuparte por eso – dijo con seriedad – es una situación en la que tú no puedes hacer nada…
-¿Y tú?
-No me lo pidas, porque yo no quiero hacer nada… – dijo con diversión – ahora duerme y olvídate de los problemas de los demás – susurró contra el oído – piensa solo en mi…
Daniel respiró profundamente, restregó el rostro contra el pecho del otro y cerró los ojos, dejándose llevar por esa comodidad y tibieza que lo envolvía, así como por las caricias de las manos del ojirrojo, permitiéndole entrar en un sueño tranquilo.
La rutina de Daniel seguía, Hernán intentaba acercarse, pero el castaño siempre lo alejaba, aunque agradecía que no intentara más que solo invitarlo a salir; esperaba que no cambiaran las cosas además, sacaba provecho a ello, pues siendo que era acosado por el pelinegro, nadie más se le acercaba en la escuela, ya que su pretendiente era respetado.
-¿Quieres ir a comer un helado? Aunque estamos a mediados de primavera hace mucho calor – sonrió el mayor, mientras seguía al otro de cerca.
-No – negó el ojiazul.
-¿Cuántas veces me vas a rechazar? – hizo un gesto de frustración, entornando los ojos.
-Hasta que me dejes en paz – respondió el menor.
-En poco tiempo voy a salir de la secundaria y ya no me veras, ¿no te da pena dejarme con las ganas de acercarme a ti?
Daniel suspiró, el otro tenía razón, ya quedaban solo dos meses para que él pasara a segundo y el otro tendría que ir a otra escuela.
-Está bien, te daré una oportunidad, pero no hoy, ni mañana…
-¡¿Cuándo?! – la voz del otro sonó emocionada.
-El día de tu graduación – aseguró.
-¡Hecho!
-Bien, ahora, déjame ir a mi casa – pidió el castaño.
-Te veo mañana, ‘mi amor’.
El pelinegro le guiñó el ojo y se fue corriendo, parecía feliz, pero Daniel no lo estaba. Realmente, aunque Hernán era bien parecido, tenía mucho carisma y además, era muy popular, realmente no le gustaba; él solo quería estar con alguien, aunque sabía que no podía hacerlo, porque era inalcanzable y solo podía conformarse con esos cortos momentos a su lado, antes de dormir.
Cuando llegó a su casa, estaba sola; no le extrañó, pues era viernes y ese día, Esther siempre salía y, tanto ella como Felipe, regresaban hasta muy entrada la noche, por eso le dejaban su comida preparada.
Después de comer, el ojiazul se dispuso a hacer su tarea, pero, minutos después, empezó a sentir sueño.
-Dormiré un poco, después de todo, es viernes…
-¡Despierta!
El grito y el agua fría en el rostro sobresaltaron al menor; abrió los ojos y no pudo reconocer el lugar.
-¿Qué…? – sus ojos azules miraron a todos lados con miedo.
Parecía una especie de iglesia y él estaba ante una mesa, tipo altar, cubierta de una manta con un grabado que conocía muy bien, era el mismo del pequeño amuleto que siempre usaba; alrededor, había estandartes con la imagen de un ser con cabeza de ave, un escudo en una mano y un látigo en la otra, mientras sus piernas eran formadas por serpientes, y estaba rodeado por unos símbolos que parecían palabras en un idioma extraño. Más allá de la mesa, había una escalinata y después, varias personas que portaban unas máscaras con forma de pájaro, quienes se mantenían hincadas frente a él.
Intentó moverse pero se dio cuenta que estaba sujeto de pies y manos con unos grilletes, en una especie de viga vertical, además, portaba una túnica blanca – ¿dónde estoy? – preguntó con miedo.
-Estás en nuestro templo – dijo una voz conocida.
El castaño miró hacia un lado y observó a un hombre, que se quitó la máscara.
-¿Felipe…? – susurró el ojiazul sin poder ocultar su asombro.
-Sí, soy yo – sonrió.
-¿Qué haces? – preguntó el niño a media voz.
-Tu ‘papi’… – la voz de Esther se escuchó, pues ya se había quitado la máscara y caminó por el otro lado – tiene que hacer un sacrificio – dijo con frialdad.
-¿Sacrificio? – el niño tembló.
-Sí – asintió el otro – obviamente es algo importante, y tú eres ese cordero que necesito – sonrió..
-¿Por…? ¿Por qué?
-Porque necesito recuperar el favor de mi señor – respondió – ese favor que perdí por tu culpa – lo señaló – si tú no hubieses sido engendrado, todo seguiría como antes – soltó con desprecio.
-¿Qué?
-Es simple, Daniel – el ojiverde lo miró con desdén – tu madre y yo pertenecíamos a este culto – hizo un ademán, señalando a los presentes – yo, hice un pacto con nuestro señor y él me dio poder… podía conseguir todo, cualquier cosa, con una simple palabra, una mirada, por mínima que fuera, nadie me negaba nada – se alzó de hombros – todo estaba planeado para mi triunfo, ¡iba a ser dueño del mundo! – dijo con emoción y después, su semblante se puso serio – pero tu madre me mintió, me dijo que tomaba pastillas anticonceptivas y yo no me cuidé… ¡por eso tu naciste!
El dorso de la mano del hombre se estampó contra la mejilla del niño y las lágrimas se agolparon en los ojos azules.
-Tú eres mi maldición – siseó el mayor – ¡tú has estado drenando mi poder durante todos estos años! – reclamó – primero pensé que todo era coincidencia, que mi poder disminuía lentamente, pero después supe que no era así… Por eso busqué a tu madre, ¡esa maldita zorra que había huido para que no supiera que te llevaba en su vientre! – dijo con desprecio – y aun así, negó que fueras mío, solo porque quería protegerte – entrecerró los ojos – pero cuando te miré, cuando vi tu cabello, tus rasgos, todo, era obvio que eras mi hijo aunque ella me lo negaba… Por eso quise recuperarte, pero ella no quiso entregarte, así que, pensé que si Cristóbal lo sabía, ella terminaría cediendo a que yo te tuviera o en su defecto, él haría el trabajo sucio, pero no imaginé que ese malnacido iría a querer matarme a mí también – soltó con ira.
-No entiendo… – Daniel lo miró con miedo.
-Necesito que mueras – dijo fríamente – si mueres, puedo recuperar mi energía y volver a invocarlo…
-¿A quién? – susurró el menor.
-Ya lo sabes bien, ¿o no? – sonrió y sacó del bolsillo de la túnica un pequeño colgante, el que su hijo siempre portaba – Abraxas.
-Abrax…
-Sí – sonrió el hombre – Abraxas, no sé cómo tienes esto, seguro tu madre te lo dio y sé que lo has invocado – su mirada se posó en el pequeño – eso explicaría las muertes que ocurren a tu alrededor, esas muertes extrañas… ¿cómo aprendiste a llamarlo? – preguntó a media voz – no eres un chico malo, así que, difícilmente, un demonio como él, se acercaría a ti.
Daniel no respondió sus ojos se abrieron desmesuradamente ante esa palabra “demonio”; bajó el rostro y miró al piso sintiéndose decepcionado y defraudado. Él jamás pensó que ese ser, a quien tanto quería, era un demonio, pues lo protegía y, a pesar de las muertes, a él lo trataba con mucho cuidado, por eso trataba de justificarlo, diciendo que solo mataba a personas malas.
-¡Responde! – gritó Felipe.
-¡No lo sé! – dijo el ojiazul con miedo, en medio del llanto – no lo sé… – musitó.
El hombre soltó el aire por la nariz – eres inservible – su voz tenía un tinte de desprecio – pero está bien, realmente ya no te necesito, incluso, ya tengo en mi poder todo lo que representaba tu herencia, me costó mucho obtener el dinero y la casa, por eso debía mantenerte con vida hasta terminar todos los tramites, aunque debo admitir que fue un verdadero sacrificio…
-Tener que hablarte con cariño – la voz de Esther denotaba su desprecio – tener que tratarte bien… en serio, es el peor tormento que he sufrido en años…
-Tranquila, querida - Felipe caminó hasta la mesa y sujetó un látigo que ahí estaba – ahora, hijo mío – habló con sarcasmo – es hora de tu muerte, pero será como nuestro señor Abraxas castiga a los impuros… primero serás marcado con su látigo.
El terror se reflejó en el semblante del niño.
Un murmullo se escuchó en el recinto, todos los presentes empezaron a recitar unas palabras.
“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas.”
Felipe distendió el látigo con un movimiento de su mano y sonrió cruelmente, antes de colocarse la máscara; los ojos azules observaron cómo el hombre hizo un movimiento y restalló el látigo hacia un lado, produciendo un sonido que erizó la piel del niño. Daniel sabía que solo era una prueba, el siguiente movimiento, sería un golpe real para él.
Tenía miedo, estaba ante demonios y no sabía qué hacer, no tenía el medallón que Abrax le dio y no podía invocarlo. Cuando Felipe movió el látigo para estrellarlo contra el pequeño cuerpo, el menor apretó los parpados y en una fracción de segundo, los recuerdos de cuando su papá Cristóbal estuvo a punto de lastimarlo, llegaron a su mente; en aquella ocasión solo dijo la palabra ‘mágica’, sin necesidad del amuleto.
-¡Abracadabra! – gritó el castaño.
El tiempo se detuvo para todos, excepto para el niño.
-Lo hiciste… – la voz surgió de su sombra y la misma, empezó a moverse, levantándose del piso y tomando forma frente a él – recordaste que realmente no necesitas más que llamarme…
-Abrax… – dijo el menor con anhelo al verlo y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos con fuerza.
-¿Por qué lloras? – preguntó – estoy aquí, por ti y para ti – aseguró.
Daniel apretó los labios y luego buscó la mirada roja – ¿es cierto? – preguntó con temor – ¿eres un demonio?
-Soy un Dios – dijo con seriedad y movió la mano para limpiar la humedad de las mejillas del niño – soy una deidad antigua que representa al bien y el mal, pero, con la llegada del cristianismo, fui denominado demonio y ellos usaron un antiguo dibujo mío, de la forma que tomé para causar temor alguna vez, solo para representarme como un ser malvado – sonrió – realmente, soy lo que los demás quieren que sea…
-No… no entiendo… – negó el ojiazul.
-Estas personas, me invocaron hace mucho tiempo – hizo un ademán, señalándolos con el rostro – eran los primeros en años que lo hacían correctamente y, aunque sus corazones no eran puros, decidí aceptar su adoración, pues no tenía nada mejor que hacer – se alzó de hombros – pero él… – sus ojos se posaron en Felipe – usó el poder que le otorgué para aprovecharse de los demás… No me importaba, porque tarde o temprano iba a sufrir su castigo, más, cuando tú fuiste concebido, tuve una nueva esperanza…
-¿Por qué? – preguntó el menor en un sullozo.
-Porque realmente, yo busco personas buenas – el peliblanco le acarició el rostro con suavidad – de corazón puro – sonrió – así que, ayudé a tu madre a escapar de aquí, enviando a tu padre lejos… sabía que sería demasiado tarde cuando se diera cuenta de tu existencia y yo podría protegerte, si tu aceptabas estar conmigo…
-¿Por eso…? ¿Por eso me preguntaste eso?
-Sí – asintió – en aquella ocasión, la llamada que recibió tu madre, no la hizo Felipe – confesó – yo me comuniqué con ella y por eso, te envió al armario, conmigo – explicó – yo le dije lo que ocurriría y lo único que podía hacer era entregarte a mí, pero tú necesitabas aceptarme – suspiró – admito que aquella vez no estabas enterado, así que, fue un engaño – se alzó de hombros – ahora que ya sabes la verdad, debo preguntarte de nuevo… ¿aceptas ser mío, para siempre?
El niño titubeo – yo… no quiero que los demás sufran… – dijo en un murmullo.
-Lo sé… eres demasiado bueno, por eso no te digo lo que hago, aunque supongo que ya lo sabes – sonrió de lado – pero esto no lo pides tú, este es mi juicio y yo, imparto el castigo que las personas merecen, nada más…
-Abrax…
-¿Sí?
-¿Qué esperas de mí? – los ojos azules lo miraban expectantes.
-Que te quedes a mi lado para siempre… – sonrió – que seas mío por toda la eternidad… – se inclinó hasta el niño – quiero tu pureza, quiero tu corazón, quiero tu alma, quiero que tus hermosos ojos solo me miren a mí… – dijo en un susurro – tú tienes algo de mí como nadie más en este mundo, tienes mi poder desde que fuiste concebido y, aunque no lo uses, inunda todo tu ser… – su aliento tibio rozó los labios del niño – naciste solo para mi… por eso, quiero llevarte a mi casa… a nuestro hogar…
A pesar del movimiento, y de que Daniel ofreció sus labios, el ojirrojo no besó al niño.
-Acéptame… – pidió – acéptame completamente y yo pondré el mundo a tus pies, cumpliré tus deseos y me postraré ante ti, como mi único dueño…
La respiración del menor se agitó, no le importaba el mundo, lo único que quería era a ese ser, desde hacía mucho tiempo – a… – dudó y no dijo “acepto” como el otro le había pedido, él sabía muy bien qué palabra debía decir realmente, sonrió débilmente – ‘abracadabra’… – susurró con anhelo.
El peliblanco sonrió complacido y los labios de ambos se unieron en un beso; las cadenas que mantenían a Daniel atado, se desvanecieron, como si se trataran de polvo y Abraxas lo sujetó con delicadeza contra su cuerpo. El beso fue largo y demandante por parte del peliblanco, mientras que el castaño intentaba seguirle el ritmo sin conseguirlo; cuando se separaron, el menor respiró agitadamente, tratando de recuperar el aliento.
-Es hora de terminar con esto…
Daniel no entendió esa frase, pero todo empezó a tomar sentido, cuando sintió que el otro lo llevaba con él, elevándose y alejándose del piso pero además, empezaba a cambiar de forma. Su cabello corto creció, a la vez que unos largos cuernos negros se hicieron presentes sobre su cabeza, así mismo, sus orejas se hicieron más largas y puntiagudas. De su espalda, un par de alas oscuras aparecieron, llenas de un plumaje que parecía destellar en tonos azules; sus manos mostraron esos guantes que alguna vez miró, con las garras negras, largas y afiladas. Su vestimenta, también cambió, convirtiéndose en un traje dual, de color blanco con negro y, de la parte trasera crecieron unas extensiones que parecían moverse a voluntad, hasta que se convirtieron en enormes serpientes, una blanca y otra negra.
-Este soy yo…
Las manos del niño se movieron y le acariciaron el rostro – realmente, no hay mucha diferencia – sonrió con emoción – sigues siendo perfecto…
El demonio sonrió, besó la frente del ojiazul y lo abrazó con cuidado.
-Cierra los ojos y, escuches lo que escuches, no los abras – ordenó el mayor – después, nos iremos a nuestro hogar, como te dije hace años…
El castaño asintió y hundió el rostro en el pecho del otro, aferrándose a la ropa con insistencia; el demonio lo sostuvo contra sí y con un movimiento de su mano el tiempo volvió a su curso normal.
Felipe se sorprendió al darse cuenta que su látigo no golpeó el cuerpo de su hijo, pero instantes después, las expresiones de sorpresa de los presentes le hicieron buscar la razón de las mismas; el hombre cayó de rodillas al ver a ser a quien adoraba en su forma original y con su hijo entre sus brazos.
-Mi señor – el ojiverde sonrió nerviosamente – ese es mi cordero para usted – anunció.
-¿Cordero? – el peliblanco levantó una ceja – no… – negó – Daniel no puede ser un sacrificio para mí, porque desde que nació, es mío…
-Mi señor… – la voz de Felipe era lastimera – él… es mi… hijo…yo…
-Tal vez tú lo engendraste en este lugar – la voz grave hizo eco – pero él me pertenece y tú, intentaste lastimarlo – gruñó y las serpientes se movieron con fuerza, mostrándose más agresivas y alargando su cuerpo hacia los presentes – solo que, nadie puede tocarlo, más que yo… Todos ustedes me han decepcionado, así que es momento de que reciban su castigo…
Daniel empezó a escuchar los gritos de agonía y dolor, pero en ningún momento abrió los ojos; escuchaba el siseo de las serpientes, y el sonido que parecía de un látigo, más no quiso ver. Cuando todos los sonidos se extinguieron escuchó la voz de Abraxas.
-Hora de irnos…
Con un movimiento de la mano de Abraxas, el lugar empezó a arder, mientras él abrazaba con más cuidado el cuerpo de Daniel y lo cubría con sus alas; un portal se abrió y ambos lo cruzaron, desapareciendo al momento que las llamas llegaban hasta el techo de la construcción.
El incendio en un edificio de las afueras de la ciudad, hizo que una parte del bosque que la rodeaba sufriera daños, aunque no fue tan grave como se pensó al principio. Los bomberos y personas de protección civil pudieron controlarlo a tiempo, antes de que se convirtiera en un desastre natural sin precedentes.
La policía empezó a hacer investigaciones y encontró en el lugar, restos de cuerpos desmembrados. Al hacer una minuciosa revisión, se llegó a la conclusión de que eran más de treinta cuerpos distintos; a revisar las pocas pertenencias que habían quedado, descubrieron las identidades de algunos, entre ellos Felipe Carrera y su esposa, Esther Bernal. Una vez más, muertes en extrañas circunstancias; los agentes fueron a buscar a Daniel a su hogar, pero no encontraron rastros del niño por ningún lado, en su alcoba, justo en la almohada de su cama, solo se encontraba el dije que él menor siempre usaba.
La investigación arrojó datos interesantes, entre ellos, algo de información sobre una secta que adoraba a un demonio y, el cómo se les atribuían varias muertes y el secuestro de muchos niños para ser sacrificados, por lo que se llegó a la conclusión de que Daniel había sido víctima de ellos antes del incendio y el caso fue cerrado.
Demonios, solo demonios… realmente no sé porque sueño tanto con cosas así o me imagino este tipo de situaciones… Obviamente la historia es predecible, pero bueno, espero que la disfruten y no, no hay lemon XD ajajajajaja Por extraño que parezca, en estos ‘Relatos Oscuros’ no me han dado muchas ganas de escribir escenas sexuales, a pesar de tratarse de demonios XD
En fin, muchas gracias por leer.
Saludos!
Atte: Ojou.
Comment Form is loading comments...